Manta de Castilla

(a mi Padre)

Taciturno extrajo el  último cigarrillo que cargaba en el bolsillo de su abrigo y apenas lo encendió prosiguió calle abajo buscando la dirección anotada en un minúsculo y arrugado papel. Había llegado de la ciudad hasta esos confines tan distantes, cuando por fin logro dar con el lugar indicado. 


Nunca lo conoció sino por una añeja fotografía heredada de su madre, antes de que esta terminara con sus nefastos días postrada en una fría y desolada cama de hospital. Su madre le alcanzo a entregarle algunos datos, que aunque no fueron  suficientes, no obstante fueron el hilo que lo llevo a  trasladarse a aquel lugar. Aquel hombre que buscaba, si vivía aún, debería tener ya más de 80 años.  Dicen que se dejo caer un buen día en el pueblo,  conoció a aquella joven mujer, procreo un hijo y desapareció del mapa. Un afuerino que llegó a la sierra en busca de algún empleo. El corte de árboles que esperaban por fuertes manos fue el lugar indicado. Al parecer había llegado de más al sur a establecerse por la temporada del aserradero. Se hizo de algunos amigos, pero cuando acabo la faena forestal no halló otra cosa mejor que escapar, no tenía como sostener a una familia, tal vez por eso huyó o simplemente nunca penso en reconocer a aquel primogénito que se desencadenaba por el vientre de aquella ingenua mujer.

Alguien por ahí le adiciono algún otro dato, una dirección, el nombre de algún  fulano con el cual se le vio por última vez. Hasta que logro dar con su última morada. Se le había metido en la cabeza conocerlo, escuchar su voz, no pedirle explicación alguna, su intención era solo  verlo o por lo menos saber donde estaba enterrado para ir a depositarle un ramillete de flores.

Apareció detrás de la puerta una humilde viejecilla que lo hizo pasar a la adecaída habitación. La historia era muy larga de contar, por eso solo se limito a preguntar sobre el paradero de don Fernando Obreque, su padre. La pregunta fue a quemarropa, como a quemarropa ella respondió, "Hay mijo, sí usted supiera. Hace veinticinco años que nos dejo el finao", comenzó a contar, como quien se queja de que no hay que echarle a la olla. "Un buen día partió como todos los días a su trabajo, pero un desentendido tren lo arroyo contra los rieles, aquella nebulosa mañana. Si parece que hubiese sido ayer, usted no sabe en cuantos aprietos nos dejo el finao. Cuando uno se muere debería llevarse consigo todo los problemas, las deudas, los apuros económicos y los recuerdos, sino para que se mueren digo yo. Es mejor que se hubiese quedado vivo, ya ve usted,  me dejo dos críos que aunque ya grandesitos, no lo suficientemente fuertes  como para que pudiesen trabajar y parar la olla", termino su relato de frentón, como si se hubiese dado cuenta de que ya estaba hablando más de la cuenta.  Cuando término de escuchar las palabras quejumbrosas de la señora,  comenzó él a contar su historia. Historia que en resumidas cuentas dejaba en claro que él también era un hijo más de Fernando Obreque. La viejecilla en tanto no necesito tanta explicación para acreditarle lo dicho, "Lo estabamos tratando de ubicar desde hace mucho, el finao lo dejó anotado en su testamento, solo falta su firma, para que yo, mis dos hijos y ahora usted, podamos cobrar la herencia." Aquella noticia no la esperaba, menos aún saber que tenia dos hermanos. Nunca se habría podido imaginar que parte de su sangre se esparcía por aquellas tierras sureñas.

No mucha fue la fortuna que dejo el finao Obreque, la viejecilla recibió una pequeña huerta cercana a la casita en que se encontraban,  y algunos animales que le permitirían sobrevivir el resto de sus alicaídos días.  Sus dos nuevos hermanos, hombres ya cuarentones y medios borrachos, que no le prestaron mucha atención a su nuevo pariente recién llegado, también recibieron lo suyo. Algunas herramientas que le permitirían labrar la tierra y un par de bestias que también ayudarían en la labor agrícola. Él por su parte recibió una gruesa y negra Manta de Castilla y un viejo reloj de bolsillo de un exquisito metal. La cosa ya estaba clara y no mucho más había que agregar. Y que más se puede agregar frente a tres seres que nada tenían en común con él, tres seres que nunca antes había visto y que seguramente nunca más volvería a ver. Sus hermanos solo se limitaron a servirle algunos agrios vasos de vino y la viejecilla por su parte le sirvió un cálido caldo de patas que fueron bien recibidos por las hambrientas tripas del forastero.

"El viejo nunca nos habló de usted", indico uno de ellos, "Solo supimos de su existencia al abrir el testamento. En buena hora llegó usted patrón. Las herramientas y las bestias las tenía uno de sus amigos que no queria devolverlas y ahora al fin podremos recuperarlas. Ahora podremos cultivar nuestra propia huerta sin depender de nadie".

Mientras escuchaba las escuálidas palabras de uno de sus hermanos, él los miraba a ambos tratando de encontrar entre ellos algo en común, algún lunar, algún gesto que pudiese afirmar su tan cercano parentesco. Efectivamente se parecían, en los gestos, en la mirada, es más, en el lunar que los tres poseían en el cuello. "Yo sabía que este diablo tenia algún crío por ahí, usted sabe, una tiene un sexto sentido para estas cosas", concluía la viejecilla, mientras el hermano menor llenaba las últimas cuatro copas, pues la botella ya quedaba seca en la desmejorada mesa.

Al amanecer, muy temprano marcho,  con la vieja manta sobre sus hombros y el brillante palpitar de su reloj entre los bolsillos. Él no podía esperar nada de aquellos seres tan desconocidos y tan ajenos, pero sin embargo al partir algo se rompía en él, algo le estremecía dentro de su ser. Dejaba ahí toda una vida de preguntas sin respuestas. Dejaba allí parte de su sangre. Dejaba atrás a seres tan lejanos pero tan cercanos como pueden ser un par de hermanos. Además al frente le esperaba un largo camino, camino que a pesar de todo ni el mismo tenia muy claro, pues nadie lo esperaba en su destino, su madre aún conservaba la sangre caliente en el cajón en que la dejó. Miro hacía atrás, hizo el intento de volver, de establecerse ahí por algún tiempo, de ayudarle a sus hermanos a levantar la tierra,  de recibir otra vez el cálido caldo de patitas o el barato  vino de sus hermanos, pero no tenia sentido, aquellos seres dormían la resaca, sin saber que su hermano mayor partía y aunque lo hubiesen sabido nada tal vez hubiesen echo para retenerlo, ellos solo dormían la resaca y al despertar, quizás hubiesen creído que lo de la noche anterior fue un extraño sueño, una fugaz pesadilla  en que llegó un nuevo hermano a visitarlos y ellos no hicieron nada para retenerlo, para abrazarlo, para darle un fuerte apretón de mano y recibirlo para siempre en su casa.

Debía apurar el paso para aprovechar el fresco de la madrugada, pues la marcha seria dura, no podía atrasarse, debía volver a sus ancestrales orígenes. No tenia a nadie en su sombrío destino, pero nada tenía que perder en regresar, como nada perdió en ir a aquel lugar, al contrario, gano, gano la verdad, la verdad que durante años le fue negada. Y cuando llego a la cima del monte,  desde donde todavía se lograba divisar la casa de la viejecilla, se detuvo un momento para dejarle un clavel en la tumba de su padre:

"Aquí yace Fernando Obreque,
en el recuerdo eterno de su
esposa Merced y sus hijos
Oscar y Javier Obreque
Q.E.P.D."

Se dejaba entrever en la fría lapida depositada a la cabecera del sepulcro.  Oscar y Javier, sí, dos nombres que hasta entonces nada significaban y que por lo demás nada significarían de aquí en adelante. Solo una Manta de Castilla y aquel longevo reloj de oro, podrían cubrir aquel espacio tan vacío.  Miro otra vez hacía el valle, donde se enclavaba la modesta casa, pero sacó de su bolsillo el reloj, el viejo reloj que su padre le dejará como casi único recuerdo de su existencia y volvió a emprender el viaje, pues ya se le hacia demasiado tarde, y debía retornar a su destino. A un destino que ni el mismo conocía ciertamente, a un destino vacío y sin causa. Entonces sobre su espalda acomodo la vieja manta y se le vio desaparecer trás la colina,  sin pena ni gloria alguna.